Lo ético y lo estético .
Siempre leo en el Pais Dominical la columna de opinión de
Manuel Vicent, me gusta su estilo ponderado y sus opiniones que muchas veces
parecen escritas en prosa, Manuel es un
poeta de lo cotidiano.
Hoy su columna habla se titula “ La Fuga “ y esta muy en la línea
con la actual crisis y la compara con otras épocas en las que gente se buscaba
la vida como podía ( eso no cambiará nunca ) ya sea emigrando a otros países o
volviendo a sus orígenes en el campo, habla también de las rosas y de cómo es
hora de arrancar los jazmines y las rosas para sembrar verduras. Comprendo que
Manuel Vicent se muestre en esta columna algo deprimido, a mi también me sucede,
me cuesta hablar de paisajes y de la primavera mientras las noticias que llegan
son tan preocupantes.
Sin embargo me he dado cuenta al leer el articulo de Manuel
cuando habla de comerse las rosas o arrancarlas que alguien debe de defender la
estética mientras la sociedad trata de defender la ética. Una rosa es una rosa,
un descanso, una tregua para los ojos y el sentir de tantas personas que lo están
pasando mal.
Personalmente recomiendo una solución intermedia, a mi me da
buenos resultados, es sencilla, sembrar en los márgenes del huerto rosas, una forma de no renunciar al placer de disfrutar
del aroma y el color al margen del beneficio espiritual que produce contemplar
una rosa añadamos el placer de producir nuestros alimentos en la huerta.
La imagen es de una rosa meiga un rosal que alegra el linde
del huerto. Y añadir que las rosas (sin tratamientos fitosanitarios) son riquisimas en ensaladas o guisadas con codornices ( Receta de " Como agua para chocolate"
Sant Pol de Mar, 29 de abril de 2012
Esteban Mediterraneo.
La Fuga, por Manuel
Vicent.
A la hora de afrontar esta crisis económica también
hay que cambiar de estética, por eso un amigo poeta ha decidido arrancar todas
las flores del jardín para cultivar en su lugar tomates, pimientos y cebollas.
Si la rosa fuera comestible, sería perfecta, dice Josep Pla, pero hay una
secuencia de Charlot en la que este payaso toma una rosa en sus manos, la huele
profundamente y después de quedar embriagado con su aroma, le echa un poco de
sal y se la come. De un tiempo a esta parte muchas parejas jóvenes sin trabajo
han decidido abandonar la ciudad y reconquistar la vieja casa de sus padres en
el pueblo para sobrevivir cultivando una pequeña huerta, que fue en su día
abandonada. En los años sesenta del siglo pasado hubo ya dos diásporas:
mientras unos obreros se iban con una maleta de cartón a trabajar a Alemania,
otros seres divinos celebraban una fuga más literaria impulsados por la moda
del hipismo, para instalarse en una comuna en medio de la naturaleza. Los
jóvenes urbanos iluminados por el resplandor de Mayo del 68, fumigados todos
sus ideales por el humo de la marihuana, decidieron anidar en lugares
iniciativos del planeta y hacia el Machu Pichu, Katmandú, Ibiza, la Isla
Elefantina, volaban en bandadas con un libro de Ginsberg en el pico como los
tordos llevan su aceituna para la travesía. La huida de los jóvenes sin futuro,
que se produce ahora, es menos psicodélica, pero también se dirige en dos
sentidos contrarios: unos se van con tres carreras y varios másters a trabajar
en el extranjero, otros más pobres y desorientados, intentan rescatar su
dignidad en la aldea de los antepasados disolviendo sus vidas entre las
pequeñas cosas verdaderas, el pan candeal en la panadería, la fruta del tiempo
en la frutería, el aire puro del valle, la campana en la iglesia, el sol por la
mañana, las estrellas por la noche, en medio de un silencio que permite oír los
ladridos de los perros del pueblo de al lado. A la hora de arrancar los rosales
y jazmines para sustituirlos por cebollas, pimientos y tomates el poeta ha creído
realizar un acto místico. La rosa sería perfecta si fuera comestible, pero su
cultivo solo es arte, un fin sin finalidad. Tiempo habrá, si esta crisis
económica se alarga, de meterla también en la ensalada.
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