Apenas los rayos del sol declinan en el horizonte, el paisaje de la playa cambia, del bosque de
sombrillas multicolor que parece desde la lejanía un jardín, no queda rastro,
en la arena no se dibujan las huellas de los pies descalzos de las imitadoras
de sirena y tritones, si respiras profundamente notas el aroma de las algas, donde antes llegaba a tu
nariz un coctel de perfumes indeterminados.
El ultimo turista dominguero es introducido al tren para fracturarlo a la gran ciudad de
donde llego a principio del verano, las hojas doradas por los incendios de los rayos
del sol al atardecer empiezan a volar aventadas por brisa. El mar y la playa
vuelven a ser un lugar de meditación y descanso donde solo habitan criaturas mágicas
junto a las olas que van y vienen.
Son ecos las risas de los niños, los susurros de los amantes,
las voces de los hombres que anuncian helados, todo vuelve a su sitio.
Es entonces cuando regresan a la orilla de la playa las
nereidas y juegan en la orilla del mar. Año tras año he visto crecer a esta
pequeña nereida desde que era bebe, la vi dar sus primeros pasos siguiendo a su
mama, apenas con dos años escalaba las rocas gateando para alcanzar a su mama
que la dejaba valerse por sí misma, que cosa más bella ver esa escena que ha
quedado para siempre en mis ojos que ver a la pequeña nereida alcanzar el seno
de su madre para saciarse.
Cosas así vale la pena verlas y recordarlas mientras la veo
jugar con el pulpo que he atrapado hace unos instantes para ella, una niña
normal se asustaría pero para ella que es una pequeña nereida es como si fuera
su mascota y juega con él con la promesa de devolverlo al mar.
Sant Pol de Mar, 20 de septiembre de 2012
Esteban Mediterraneo.