Algunas
veces leemos libros llenos de prosa nos introducimos en ellos sin conocer al
protagonista. No sabemos en qué lugar se desarrolla la historia pero nos
dejamos llevar por la magia de lo escrito. Tal es la historia del Principito,
un ser inocente que llego a nuestro planeta procedente de mas allá del universo
en un pequeño asteroide, aterrizó en un
desierto pero aun así lo lleno de rosas y baobás para hacernos saber que
también hay vida en los pequeños mundos individuales de seres que discretamente
nos acompañan descubriendo en si vida todos los personajes que se describen en
la obra de Antonie de Saint-Exupéry.
Así ha
sido mi sobrino del que me despido con estas letras: Conoció en su corta vida
los desagradables personajes de esa historia posiblemente se sintió rechazado e
incomprendido muchas veces porque no era capaz de comprender un mundo que
aparentemente tan revuelto, no era el
suyo, no pudo sembrar un árbol de baobá ni tampoco escribir un libro, pero si
supo mirar el mar y amarlo hasta el punto de pedirnos que sus cenizas volaran
como una gaviota antes de entregarse en las olas para ser un pez mas.
Discurrí
por el pasillo sin apenas luz, el pomo de la puerta reflejando cualquier
lámpara parecía una estrella. Al entrar en la habitación en penumbra las
sombras eran cálidas y en esa quietud mansa y ordenada descansaba Eduardo mi
sobrino parecía dormido su rostro sereno daba una extraña bienvenida cuando en
realidad se acababa de marchar.
Es un privilegio saber ver el color en las
sobras solo perteneciente a los pintores y a los ciegos. Pude ver además de su
rostro sereno casi sonriente un pequeño asteroide, el asteroide B612 donde
ahora se dirige Eduardo tras su estancia en nuestro planeta muchas veces un
desierto.
Para él mis letras y mi recuerdo, también mi obra un árbol de la riera de Sant Pol
de Mar, recio como era el y lleno de color como seguramente son los arboles de
su querido asteroide.
Esteban.