Con las primeras flores de almendro se abre un mundo de
sensaciones, el día paso a paso se alarga. De nosotros fluye la parte más
esencial porque no somos ajenos a la misteriosa espiritualidad que abre los
brotes de las ramas hasta florecer y que
parece que de la misma forma también nos recorre por las venas.
Dan ganas de asociarse con los paisajes, recorrer caminos
por el bosque viendo como verdean los márgenes, nada es capaz de ser ajeno a
esta sensación amable y entrañable que todo lo remueve y en nada queda porque
va por dentro acompañándonos.
Entro por el cauce de las rieras flanqueadas casi siempre por
pequeñas huertas que cultivan los descendientes de aquellos emigrantes que
llegaron de Galicia, Andalucia o cualquier otra parte de España en los años 50
y que de alguna forma son necesidad y homenaje a sus pueblos añorados. Los veo limpiar sus
huertitas que siempre están sembradas de algo, ahora lechugas, coles, preparan
los surcos para las patatas ( simiente de Ourense, de Extremadura, de Sevilla,
todas son las mejores ) hunden sus manos en la tierra mientras les llueven pétalos de almendro,
discuten de cuál es el mejor plantón de tomate, de pimientos y es para quien
escribe una delicia que roza con la sensualidad ver el color removido de la
tierra esperando ser sembrada. Ves esto y se te remueve el corazón porque no te
sientes distinto de cualquier rama por la que empieza a circular la sabia.
Caminando descubres caminos que se sumergen en el bosque escuchas
el silencio que solo quiebra el trino de un petirrojo que te mira extrañado y
la brisa del viento cuando mueve las ramas de los arboles, cada vez eres más árbol,
mas viento, mas camino, mas enamorado del camino que te está trasportando a ti
mismo, disculpas aunque te duele a quien a tirado restos de alguna reforma o
viejos plásticos de invernadero, te estremece ver esos refugios de puro plástico
donde habitan los nuevos inmigrantes menos exigentes y más pobres que nuestros padres o abuelos cuando venían aquí
para darnos un porvenir que se nos está escapando. Siguiendo el camino ascendente
entre pinos encinas y brezos que todo lo perfuman se abren los paisajes y aparece
el horizonte de mar, los pueblos pequeñitos parecen de un cuadro, no se ven
casi los coches todo parece estar parado y es que bien mirado todo es pequeño
en este rincón del universo y solo llega con el rumor del viento ese
sentimiento de sentir libre tu espiritualidad.
Sant Pol de Mar, caminos de montaña. 8 de Marzo 2014
Esteban Mediterraneo.